Publicado en La Voz del Sur.es 17 de abril de 2025
Publicado en Nueva revolución 19 de abril de 2025
Teresa Domínguez es copresidenta y cofundadora de AFRA Mujeres, investigadora, divulgadora feminista y creadora del proyecto letraescarlata.org y CatavinasPodcast.
La definición legal de mujer se basa en el sexo biológico.
Es una afrenta a la dignidad, que en el siglo XXI las mujeres tengamos que acudir a los tribunales para defender lo evidente: que existimos como categoría biológica, que nuestra realidad material importa, que nuestros derechos no son negociables. El fallo del Tribunal Supremo del Reino Unido ([2025] UKSC 16) en el caso de For Women Scotland contra los Ministros Escoceses es un rayo de claridad en un mundo empecinado en borrar la verdad. Pero, ¿Por qué gastar energías y recursos, para que se reconozca algo que cualquier niño de primaria entiende? La biología no es una opinión. Es un hecho.
El Supremo de Escocia ha sentenciado que “sexo” en la Ley de Igualdad de 2010 significa sexo biológico, no un constructo basado en certificados de reconocimiento de género (GRC). Una persona con un GRC que la declare “mujer” no cuenta como tal para las protecciones contra la discriminación por sexo. ¿La razón? Porque interpretar “mujer” de cualquier otra forma vuelve la ley incoherente, impracticable, absurda. Si “mujer” incluye a hombres biológicos con un documento legal, ¿cómo protegemos los espacios de un solo sexo, como refugios para víctimas de violencia o vestuarios? ¿Cómo garantizamos la equidad en el deporte, cuando los cuerpos masculinos tienen ventajas físicas medibles? ¿Cómo recopilamos datos fiables sobre desigualdad si “mujer” es una categoría diluida que mezcla realidades opuestas? El tribunal lo dejó claro: la ley no es un juego de palabras. Las mujeres somos un grupo definido por nuestra biología, y nuestras protecciones deben reflejar esa realidad.
Como afirma contraborrado de la ciencia, “El Tribunal Supremo del Reino Unido ha emitido una sentencia clave: la definición legal de mujer se basa en el sexo biológico. El fallo establece que los términos «mujer» y «sexo» en la Equality Act 2010 se refieren a mujeres biológicas. Según los jueces, “el concepto de sexo es binario”. El tribunal reafirma que las personas trans siguen protegidas contra la discriminación en base a su género. ¿Cuál era el conflicto? El gobierno escocés argumentaba que las mujeres trans con un Certificado de Reconocimiento de Género debían tener acceso a protecciones basadas en el sexo. For Women Scotland defiende que solo las mujeres nacidas como tales deben acceder a esos espacio. Esta disputa comenzó en 2018, tras una ley escocesa que buscaba equilibrar la representación de género en juntas públicas. Se incluyó a mujeres trans en las cuotas, lo que desencadenó el litigio. El Tribunal Supremo falló a favor de For Women Scotland, señalando que incluir a personas con GRC en el grupo «sexo» haría que la Equality Act fuera incoherente. Reacciones: For Women Scotland celebra el fallo como una victoria tras “un largo camino”. El gobierno del Reino Unido sostiene que el fallo aporta “claridad y confianza” para mujeres y servicios como hospitales, refugios y clubes deportivos. La sentencia busca equilibrio: define el término legal “mujer” sin invalidar las protecciones para personas trans. El fallo dice que el concepto de sexo es binario. En un fallo de 88 páginas, Lord Hodge, Lady Rose y Lady Simler dijeron: «La definición de sexo en la Ley de Igualdad de 2010 deja claro que el concepto de sexo es binario, una persona es una mujer o un hombre. “Las personas que comparten esa característica protegida a los efectos de los derechos y protecciones basadas en grupos son personas del mismo sexo y las disposiciones que se refieren a la protección de las mujeres necesariamente excluyen a los hombres. “Aunque la palabra ‘biológico’ no aparece en esta definición, el significado ordinario de esas palabras simples e inequívocas corresponde con las características biológicas que hacen de un individuo un hombre o una mujer. «Se supone que estos se explican por sí mismos y no requieren más explicaciones.” Los hombres y las mujeres están en la cara de la definición solo diferenciados como una agrupación por la biología que comparten con su grupo”. Una decisión que cierra años de litigios entre el gobierno escocés y el grupo For Women Scotland.
Este fallo es un triunfo, sí, pero amargo. Porque, ¿cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo es posible que en una sociedad que se jacta de progresista tengamos que litigar para que se respete nuestra existencia? Estamos hartas de que se nos diga que nuestra opresión no importa, que nuestras experiencias como mujeres son secundarias frente a narrativas que niegan la biología. Hartas de que se nos exija ceder nuestros espacios, nuestros derechos, nuestra voz, en nombre de una ideología que no admite discusión. Hartas de que, mientras luchamos las industrias multimillonarias se enriquecen a nuestra costa, explotando nuestros cuerpos y nuestras vidas con una precisión quirúrgica que, curiosamente, nunca confunden el sexo biológico cuando hay dinero de por medio.
Tomemos un ejemplo concreto, tan indignante como revelador. Entre 2021 y 2023, según denunció Surrogacy Concern en The Herald, el gobierno escocés destinó más de £186,500 a campañas que animaban a chicas de hasta 18 años a “donar” óvulos. ¿A quiénes iban dirigidas estas campañas? A mujeres jóvenes, por supuesto. Porque solo las mujeres producen óvulos. No hubo dudas sobre el “target”, ¿verdad? Nadie habló de “personas con capacidad de ovular” ni de “identidades”. Pero, ¿y los riesgos? Minimizados, casi borrados. La hiperestimulación ovárica, que puede causar dolores intensos, infertilidad o incluso complicaciones graves, se presentó como un detalle menor. El mensaje era claro: “sé altruista, dona vida”. Lo que no se dijo es que la industria biotecnológica-reproductiva, con su mercado de fertilidad y la explotación reproductiva a la carta, se lucra a costa de la salud de estas jóvenes, de las mujeres vulnerables en general ¿Quién paga el precio? Las mujeres. Siempre las mujeres.
La explotación de mujeres y niñas es el motor de demasiadas industrias que saben perfectamente qué es una mujer cuando hay beneficios en juego. La prostitución y la trata están copadas por mujeres, atrapadas en redes que las cosifican y las descartan. La pornografía convierte nuestros cuerpos en mercancía, alimentando una cultura que normaliza la violencia contra nosotras. El matrimonio infantil, aún endémico en muchas regiones, tiene como víctimas principales a niñas, robándoles su infancia y su futuro. Y luego está la industria del género, esa maquinaria que vende hormonas, cirugías y promesas de “autenticidad” a adolescentes confundidas, mayoritariamente chicas, que terminan enfrentándose a daños irreversibles. ¿Quiénes son las que transitan, se hormonan, se mutilan? Niñas, en su mayoría. Mientras, la industria estética nos bombardea con inseguridades, diciéndonos que nunca somos suficientes, que debemos comprar más, operarnos más, sufrir más.
Estas industrias no tienen problemas para reconocer la biología cuando les conviene. Saben que solo las mujeres menstrúan, gestan, paren. Saben que las niñas son más vulnerables, más explotables. Pero, al mismo tiempo, se benefician de la narrativa del género, que diluye nuestra categoría, que nos dice que “mujer” es una idea, no una realidad. Y nosotras, las mujeres, quedamos atrapadas en la contradicción: somos lo bastante reales para ser explotadas, pero no lo bastante reales para ser protegidas.
El fallo del Supremo es un paso hacia la cordura, pero no es suficiente. Porque este no es solo un debate legal. Es una batalla por la verdad, por la justicia, por el derecho de las mujeres a existir como clase oprimida que merece reparación. Sin que por ello se deje desprotegidas a las personas trans contra la discriminación en base a su género.
¿Cuántas sentencias más harán falta para que la sociedad entienda que proteger nuestros derechos no es odio, sino sentido común? ¿Cuántas veces tendremos que repetir que la biología no es negociable? ¿Cuántas generaciones de niñas tendrán que crecer en un mundo que las explota mientras les dice que no existen?
Este fallo no solo reivindica a las mujeres; también expone la hipocresía de un sistema que, mientras proclama igualdad, permite que se nos borre. La Ley de Igualdad de 2010 en Escocia no fue diseñada para diluir las protecciones de las mujeres, sino para fortalecerlas. Esperamos que otras jurisdicciones presten atención a este fallo, porque su alcance trasciende Escocia. Desde España, observamos con esperanza y exigimos que esta sentencia sea un precedente global. Que los tribunales y los gobiernos de todo el mundo reconozcan, de una vez por todas, que la biología no se negocia y que los derechos de las mujeres no se sacrifican en el altar de ideologías que nos borran. Escocia ha hablado, y el mensaje es claro: las mujeres existimos y seguimos luchando por nuestros derechos.