Publicado en La Voz del Sur.es 13 de abril de 2025
Teresa Domínguez es copresidenta y cofundadora de AFRA Mujeres, investigadora, divulgadora feminista y creadora del proyecto letraescarlata.org y CatavinasPodcast.
La absolución de Dani Alves, exfutbolista condenado por agresión sexual y luego liberado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), ha vuelto abrir un debate que nos ha revelado a muchas de nosotras. ¿Cómo se valora la palabra de una mujer frente a pruebas que, ahora, un experto dice que fueron mal interpretadas? Un prestigioso genetista, exdirector del Instituto Nacional de Toxicología, ha alertado de un error científico en la sentencia que dejó libre a Alves. Y yo me pregunto: si la ciencia falla, si los tribunales dudan, ¿Quién protege a las víctimas? Esta es una historia de pruebas, presunciones y una sociedad que aún no sabe escuchar a las víctimas y se pone de parte de los presuntos agresores por si «presunción de inocencia».
En diciembre de 2022, una joven de 23 años denunció a Dani Alves por agredirla sexualmente en el baño de un reservado de la discoteca Sutton, en Barcelona. La Audiencia de Barcelona lo condenó en 2024 a cuatro años y medio de prisión, considerando probado que la agredió sin consentimiento. Pero resulta que el TSJC, en marzo de 2025, revocó la sentencia. ¿El motivo? Que el testimonio de la víctima no era «suficientemente fiable», y unas pruebas de ADN —específicamente, el supuesto hallazgo de esmegma en su boca— apuntaban a una felación que ella negó.
Esa contradicción, según los jueces, inclinó la balanza hacia la presunción de inocencia. Alves salió libre, recuperó sus pasaportes y dejó atrás 14 meses de prisión provisional. Ahora, Antonio Alonso, genetista con 40 años de experiencia y ex-director del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, ha enviado un escrito a la Fiscalía que sacude completamente el caso. Según su evidencia y escrito, el TSJC cometió un error científico al dar por probada la felación. Los análisis forenses — que él conoce de primera mano — no detectaron esmegma ni secreciones seminales en la boca de la chica. El antígeno prostático (PSA) dio negativo, y el microscopio no encontró espermatozoides. Vaya… Lo único hallado fue ADN de Alves, pero eso, dice Alonso, no prueba una felación: pudo llegar por otras vías, como un contacto casual. La sentencia, sostiene, se apoyó en una interpretación errónea que dio «un peso específico» a un hecho no acreditado. La Fiscalía y la abogada de la víctima ya preparan recursos ante el Supremo, pero el daño está hecho: Alves es libre, y la joven enfrenta, otra vez, el escrutinio público.
No es la primera vez que un caso de agresión sexual pone a una víctima bajo la lupa mientras el acusado se «salva por la campana», porque patatas presuntas. De hecho, la sentencia del TSJC no solo absolvió a Alves; también señaló que la joven mintió, o al menos que su relato no encajaba. Dijeron que las cámaras de Sutton no mostraban el «asco», (por favor… cuanta objetividad) que ella afirmó sentir antes de entrar al baño, sino que bailaba y parecía cómoda. Y ademas la justicia, a veces, pide heroínas de manual: mujeres que griten, que lloren, que huyan, que no duden. Y cuando no lo hacen, «ella lo deseaba».
El error científico que denuncia Alonso agrava esta herida purulenta. Si las pruebas de ADN fueron mal interpretadas, si el esmegma de Alves (nausea ad infinitum), el marido intachable, nunca estuvo ahí, entonces la base de la absolución se tambalea completamente. Y no es un detalle menor: fue el argumento que desmontó la credibilidad de la víctima. Mientras tanto, Alves cambió su versión un puñado de veces durante la instrucción —de negar todo contacto a admitir una felación consentida—, pecata minuta, su palabra no fue puesta en tela de juicio con la misma ferocidad. ¿Por qué? Porque la presunción de inocencia, un pilar sagrado del derecho, a menudo parece proteger más a los poderosos que a las vulnerables. Ella, no cambió su relato ni una vez, y aún así, su verdad pesa menos que un malentendido forense.
Y esa es la paradoja: un sistema judicial que exige pruebas irrefutables a las víctimas, pero que puede fallar al leerlas. La ciencia, que debería ser una aliada de la justicia, se convierte en un arma de doble filo en. Los jueces del TSJC construyeron una narrativa (hipotética fiable) sobre un rastro de ADN que, según el experto, no dice lo que creyeron. Y mientras la Fiscalía y la abogada de la víctima luchan por llevar el caso al Supremo, la sociedad como siempre se divide en dos: los que ven defiende al agresor, pase lo que pase, y siempre ven al hombre como un pobre hombre injustamente acusado por una malvada mujer y los que ven en la joven a una más, cuyas denuncias se diluyen bajo el peso de la duda.
Esta no es solo una historia de un futbolista y una discoteca. Es el reflejo de algo más grande: cómo tratamos a quienes alzan la voz tras una agresión. La joven joven agredida de Sutton no solo enfrentó, presuntamente, una agresión sexual, también tiene que soportar juicio social, el señalamiento, un montaje de vídeo difundido por el entorno de Alves para desacreditarla, y ahora la carga de una absolución que podría basarse en un error. Estamos hartas, hartas, hartas. ¿Cuántas más tendrán que pasar por estas situaciones antes de que el sistema aprenda a escuchar? Antes de que el sistema judicial, aprenda de sus errores, y sus operadores estén cualificados en perspectiva de género. Un sistema preparado para creer a las víctimas.
La ciencia, dice Alonso, no miente, pero los humanos sí pueden equivocarse. Y cuando eso pasa, las consecuencias siempre recaen sobre las personas más frágiles. Y aunque el Supremo revise el caso, el mensaje ya está ahí: denunciar es un riesgo.
Solo podemos estar agradecidas al escrito del ex-director de Ciencias Forenses, Antonio Alonso, no porque garantice justicia, sino porque ha tomado cartas en el asunto, porque recuerda que la verdad importa. La Fiscalía y la abogada de la víctima lucharán hasta el último día ante el Supremo, pero los recursos no borran el dolor, el trauma, y el sufrimiento de una joven que ya ha perdido en exceso.