Por @AsuncionLenBar2
En mi ciudad los pequeños gorriones son “pardalets”. Son unos pajarillos pequeños y frágiles de colores nada llamativos. Marrones, ocres, grises, pero es un ave vivaz, alegre e inquieta. Se convierten en los protagonistas de muchas lecturas infantiles y por supuesto también de algunas de mis pequeñas historias de niñez.
Cuando chica el gorrión no era todavía el “pardal”. Sencillamente aún no existía. Y algo que aún no existe para alguien, pues eso, no es real. Para mí el pequeño gorrión también era un gurriato. Mi padre me solía comparar con ellos cuando yo le decía alguna vez que tenía mucho frío. Sobre todo cuando de madrugada le acompañaba metida en unas alforjas a caballo de un mulo. Encogida cuanto podía para no tener tanto frío. Levantando la cabeza para ver de tanto en tanto las olorosas flores de las jaras y las retamas.
Así, de muy niña el gorrión era un gurriato para mí. A su vez puede ser también un cerdo pequeño. La expresión, además de dar forma a animales en nuestra mente si estamos en el lugar adecuado, se utiliza para descalificar e insultar a los demás humanos. Así se aplicaría (para referirse a animales y también un gurriato puede ser una persona poca cosa, con malos modales). “En cuanto a gurriato, en la segunda acepción entra a formar parte de la extensa familia que forma la piara de cerdos, gorriones, guarros, puercos, cochinos, marranos, siendo el gurriato o gorrión el miembro más pequeño, junto con el lechón, tocino y guarín de esta sucia estirpe…” *El Eco de la Sierra 2011 “Caciques y gurriatos” José Ruiz Guirado.
En mí familia gurriato siempre fue usado para describir al animal o para establecer la comparación entre él y nosotros cuando teníamos frío o cansancio. Fragilidad en definitiva. Era un término que se aplicaba con sumo cariño, siempre acompañado de un cálido abrazo.
Así sabemos, que los gorriones son seres pequeños, frágiles y desvalidos cuando son gurriatos. Tienen frío y necesidad de cuidado y alimento. ¿Quién no necesita cuidado, mimos, sostén y alimento?
LA NENA DELS PARDALS Sara Pennypacker Il.lustrat per Yoko Tanaka
En China se ordenó acabar con todos los gorriones existentes. El poderoso motivo es que las pobres y delicadas aves se comían una buena parte de las cosechas. Ming-Li -que así se llama la protagonista del cuento- decide salvar tantos gorriones como pueda.
La historia está basada en un hecho real. En 1950 Mao Zedong decidió declarar la guerra a estas aves en las zonas rurales. Casi consiguió diezmarlos y provocar una catástrofe medioambiental. La hazaña de Ming-li nos recuerda algo que seguimos olvidando. La niña nos da una valiosa lección; para que el ciclo de la vida continúe todas las especies son importantes. Si aniquilamos una por “el bien” de la humanidad, en este caso por el grano, alteramos invariablemente el ecosistema. Las consecuencias cada día son más patentes y universales.
LA NENA DELS PARDALS Sara Pennypacker Il.lustrat per Yoko Tanaka
En mi pueblo, de chica, hacía mucho calor. Un calor que te caía como una losa sobre la cabeza y que no te dejaba levantar la vista demasiado. Claridad cegadora. Luz potente y sincera. La familia y digo la familia sin equivocarme; mis abuelos, tíos, tías y padres nos obligaban a hacer una rigurosa y angustiante siesta de al menos tres horas. Toda la familia se reunía para comer y cenar durante el mes de vacaciones en la casa de la abuela. Ella nos guiaba, cuidaba de cada un@ de nosotr@s. A cada cual según sus necesidades. Sabía dar amor a todo el mundo, con una facilidad y una sencillez. Sin grandes alharacas, desde su profunda humanidad y entrega. Yo la veía inmensamente serena y dichosa. Mi tiempo a su lado fue el tiempo más mágico y feliz que recuerdo. Creo que me preocupaban pocas cosas, y si había algo, con decírselo, ella aligeraba mi corazón de esa “pesada carga”.
Fue mi abuela, mi amiga, mi madre y mi padre. No necesitaba a nadie más.
Volviendo a las aves, las crías de gorrión también tenían su particular calvario. No con la siesta, sino por el sofocante calor del mediodía cacereño. Veo ahora, que como “gurriatos niños” intentábamos librarnos de la siesta siempre que podíamos; ellos, pobres, se aventuraban fuera del nido, aprovechando la ausencia de su madre. Caían del tejado de la casa de mi abuela delante de mis pequeños pies.
Los recogía con muchísimo cuidado y miedo de no hacerles el más mínimo daño. Pretendía salvarlos. Me empeñaba en darles cuidado, alimentarlos y darles mucho, mucho calor.
Mis desvelos no obtenían el resultado que yo me proponía.
Las crías, no sólo, no se alimentaban de miguitas de pan mojadas en agua que yo ofrecía con las manos abiertas. No comían y se les veía por sus ojitos cada vez más gurriatos. Un piar muy débil y unos ojitos tristísimos.
No morían. Desaparecían. Acababan desapareciendo invariablemente. No recuerdo bien cuantos cayeron a mis pies y desparecieron ese largo y caluroso verano.
Sí viene con precisión nítida a mi memoria el momento de encontrarlos, recogerlos y subirlos rápidamente a la cocina, en el segundo piso de la casa. Taparlos suavemente con cualquier trapo de cocina que encontrara y buscar hilo. Para cuidarlos debía atarles la patita con un largo hilo a la ventana de la salita de estar. Yo buscaba que estuvieran a gusto. No quería que el pájaro estuviera dentro. Tenía que estar al aire libre y cerca del nido por si su madre aparecía. Adopté a la perfección el papel de madre postiza.
Era una ventana grande, con gruesos y negros barrotes. Los pequeños gurriatos no permanecían mucho tiempo en su nuevo hogar, a lo sumo un par de horas. Los vigilaba continuamente e intentaba en vano alimentarlas. Pero en algún momento cuando iba a buscarlas habían desaparecido. No estaban. Volatilizados sin remedio.
Me disgustaba y lloraba por mi pérdida. Pensaba y pensaba cómo un animal tan pequeño y frágil, tan diminuto podía haberse escapado así. Si yo lo cuidaba bien a la espera de que su madre volviera a buscarlo pero tan sólo quedaba de ellos el hilo sin vida que lo había sujetado.
Probablemente los gatos no debieron hacerse tantas preguntas. Tardaron mucho, demasiado tiempo en poder explicarme que estaba sucediendo.
La pena, la impotencia y la tristeza, creo me duró bastante. El desconcierto me persiguió mucho más. Hasta la infancia más dichosa puede llegar a ser un lugar cruel.
Por @AsuncionLenBar2