Artículo de Barbijaputa publicado en Público.es con el permiso de su autora.
El formato del podcast que hacemos semanalmente, Radiojaputa, es en base a los audios que la propia audiencia manda por WhatsApp. Solo mujeres, eso sí. Y a veces, también niñas y adolescentes. 14 años, de hecho, tenía la chica que mandó un mensaje la semana pasada. En él contaba que su profesor de Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos aseguró en clase que el machismo apenas existía en España, y lo situaba en «países más pobres». Esta compañera no se quedó callada. Tampoco cuando el profesor dijo que el hembrismo sí existía y que el feminismo era igual a hembrismo, y ahí llegó el manido «cálmate» que tantas veces hemos escuchado todas. Al final, la clase sobre discriminaciones se centró en lo que sí existía: homofobia y transfobia.
«Tenía ganas de gritar», nos decía ella. Y pedía consejos al resto de feministas que la escuchaban. «¿Qué hago para no sentirme así? En mi clase nadie piensa como yo». 14 años y ya se ha llevado su primera humillación pública por ser feminista. Ya ha sentido, de paso, la impotencia de ser señalada aun llevando razón. En clase de Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos. En la escuela pública. La cosa no se quedó ahí, ya que su madre elevó una queja a la dirección del centro, pero para la reflexión que queremos hacer hoy, es suficiente.
Esta experiencia no es la primera vez que la escuchábamos en el podcast. Tampoco en redes, de la que conocemos cada día experiencias lamentables en colegios e institutos. Ahí están sus propias protagonistas contándolo y también sus madres. Lo que suele ocurrir cuando una madre lo reporta a dirección es más de lo mismo: ¿No será que la alumna se ha hecho un lío? El profesor no tiene constancia, etc. Siempre estamos ante un caso aislado. Ante un profesor rancio, pasado de moda… retrógados hay en todos sitios, ¿no?
Sin embargo, no podemos saberlo. Como nos decía una docente «lo que hace cada uno en su clase no lo sabe nadie». A no ser que haya una feminista entre el público y salte la liebre. Pero da igual, porque la liebre salta pero se la esconde de nuevo y aquí no ha pasado nada. Lo que sí sabemos, y eso está bien medido, es que se han duplicado los varones jóvenes que piensan que la violencia machista no existe, y es un «invento ideológico» en solo cuatro años. Antes y después de la irrupción de Vox, literalmente. También ha decrecido la percepción de los jóvenes que sí creen en la realidad de esta violencia: un 4% más que en 2017 piensa que no se trata de un problema grave (del 54,2% al 50,4%). Hablamos de varones. Porque las jóvenes lo tienen claro, ya que han pasado del 72,4% al 74,2%: es un problema social muy grave para ellas.
Queda clara la percepción y la empatía de los potenciales victimarios contra la de las potenciales víctimas. Si bien es cierto que la irrupción del discurso negacionista de Vox lo ha trastocado todo, y no precisamente para mejorar la vida de las mujeres, es necesario preguntarse cómo se está paliando el negacionismo y el magufismo machista en la escuela pública. Y cogiendo el ejemplo del principio, que no solo no palia sino que además fomenta ese discurso, ¿cuáles los mecanismos para que algo así no vuelva a pasar? No existen. La capacidad de la administración pública para la resolución de conflictos deja mucho que desear.
No existe ni la formación con perspectiva feminista en las escuelas públicas ni tampoco los mecanismos para desactivar los casos que se dan. Elevar una queja a inspección es más duro siempre para quien denuncia que para quien ha sido denunciado. Y esto no solo pasa en la educación pública, también en la sanidad, por ejemplo. Mucho se tendría que liar, muchos periódicos tendrían que hablar de un caso y ser mucho más grave para que haya (quizás, solo quizás) algún movimiento radical que cambie la situación. Y eso, como sabemos, pasa muy poquitas veces. De hecho, llevo un rato aquí parada intentando recordar y no se me viene ninguna a la cabeza.
A pesar de todo, la Ley Integral contra la Violencia de Género es, como su nombre, indica, integral. Abarca a la educación, y la traspasa en muchos aspectos. Nadie, sin embargo, parece haberse leído la ley. Eso sí, cada 8 de marzo y 25 de noviembre se planifican desde arriba clases especiales para hablar de mujeres. Pero ¿cómo y quiénes la imparten? Eso ya es otro cantar. En el caso de la compañera de 14 años, su madre me contaba que la dirección le había avanzado que dos bloques de este plan de actividades específicas del 25N correrán a cargo del profesor en cuestión.
La pescadilla que se muerde la cola. El día de la marmota. Lo podemos llamar como queramos, pero no pinta bien, no pinta nada bien.
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